Las historias y relatos aquí contados son ficticios productos de la imaginación de una abeja trabajadora compulsiva. Cualquier parecido con la realidad, es mera coincidencia.
martes, 7 de julio de 2009
El extraño caso del roba-lonches de mi panal.
Aunque tu no lo creas amigo lector, el mundo de las abejas es tan parecido al de los humanos, que me resulta fácil pensar que vivimos en un mundo humano de miniatura. Resulta que en el panal donde trabajo, nos asignan un pequeño espacio acondicionado con refrigerador, una televisión, un horno de microondas, es una pequeña cocina para poder disfrutar de un rato de sano esparcimiento y chisme en la pausa de la jornada laboral.
Un día me encontraba plácidamente sentada disfrutando de una película en la cocineta, cuando llega Pepita, una abeja muy trabajadora que no le gusta la comida hecha en la calle y de repente, cuando abre el refrigerador, pega un grito desgarrador que se escucho hasta la tienda de doña Chona que esta a dos cuadras: -¡Nooooo! ¡Alguien se robo mi loncheeeeee!. Yo no lo podía creer, había escuchado la leyenda del robalonches, pero no había conocido a ninguna victima en persona.
Ese día la pobre Pepita se quedo sin comer, pero juró que se iba a vengar que aquel inmisericorde personaje que la dejo a punto del desmayo. Yo, como buena abeja educada, le ofrecí un poco de mi jalea real, pero no fue suficiente para saciar el apetito de mi compañera.
Al día siguiente, Liz, la abeja mas responsable de mi sección, tajo lonche para George, su novio que trabajaba en la oficina de al lado, fue muy contenta a guardarlo al refri de la cocineta, pues con el calor que hace por estos rumbos, el polen al ceviche que hizo podía echarse a perder. Liz no se imaginaba que por una rendija de la cocina, había unos ojos vigilantes que estaban atentos a cada movimiento que realizaba, el espía estaba frotándose las manos al saber de la deliciosa comida que estaba a punto de disfrutar.
Como a las 5 de la tarde, nuevamente se escucho el grito desgarrador al que nos estábamos acostumbrando, -¿Quién se ha llevado mi loncheeeee?- la pobre de doña Chona casi se queda sorda.
Las abejas de mi colmena, hartas ya de quedarse sin comer, decidieron dar una lección al robalonches.
Cuquita, se levanto temprano y preparó unas deliciosas galletas, pero llevaban un regalito para el robalonches, con el cual todas las abejas cobrarían venganza.
Cuquita puso las galletas en la barra y preparo un café delicioso, con un aroma tan irresistible que era imposible de ignorar. Ella con esa melodiosa voz que Dios el dio, estilo la chimoltrufia, grito: -¡Abejas, llegaron las galletas!-; pero en lugar de una desbandada de abejas hambrientas se hizo un silencio sepulcral en la cocina. Todos estaban esperando a que el robalonches apareciera, pero nada, pasaron dos horas y las galletas seguían ahí. Parecía como si el robalonches presintiera que lo estaban cazando.
Conforme fue avanzando la mañana, las abejas perdían la esperanza de cacharlo y dejaron de vigilar la cocina, al notarlo, el robalonches sigiloso fue acercándose hacia su objetivo, la boca le escurría de baba ante el aroma de tan exquisito manjar. Sin hacer el menor ruido, se sirvió una taza de café, lo endulzo; se echó cinco galletas a la bolsa y se dispuso a probar la primera, la acerco a su nariz para llenar sus fozas nasales nuevamente de ese olor mezcla de vainilla y chocolate, abrió la boca y ¡zopas! Las galletas tenían una barra de metal en medio que le rompieron los dientes delanteros. Nuevamente se escucho un grito, pero fue más tenebroso que el grito de la llorona misma.
Todas las abejas corrieron a la cocina para ser testigos del castigo propinado a este malvado ser, el cual rompió en llanto al ver su dentadura destrozada, diciendo: - Fue un error involuntario, fue un error involuntario -.
A partir de ese día comprendimos porque los letreros de: “Respeta el lonche que no es tuyo”, no daban resultado, pues el robalonches resulto ser un zángano analfabeta que apenas ganaba para alimentar a sus hijos y esposa. Por eso ella nunca le ponía comida suficiente para saciar ese apetito de lobo feroz que tenía. Fue tanta la pena que sintió que jamás se volvió a aparecer por el panal.
Hoy en día, colgados como un amuleto de la suerte están un par de dientes como recordatorio para las abejas nuevas de lo que te puede suceder si te comes un lonche que no es tuyo.
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Jajajaja que buena historia, no he parado de reír... Que manera de relatarlo!!!
ResponderEliminarQue abeja tan mala ésa que dejó a varios sin comer... Y si, tienes toda la razón, tu mundo se parece tanto al nuestro!!!
Saludos!
Srita Esmeralda, esta historia no tiene nada de risa, es horrible que esten tumbandole los dientes a un compañero de trabajo y luego los exhiba.
ResponderEliminarDebieron despedirlo y nada mas.
Hola Doña Severina, a mi si me causa risa la forma en la que lo exhibieron, le aseguro que no va a volverlo a hacer y si lo despiden, es probable que a donde vaya recaiga...
ResponderEliminarDesagraciadamente solo así aprendemos...
Querida Abejita, no andaba muerta, andaba de parranda... jajajaja
por aqui ando con el placer de leerte...
Saludos coridales!